Escribirás

Paquita, Paquita...


Encontrarás un poeta en cada esquina,
un ritmo persistente que te invade,
en cada pueblo,
en cada calle.

Poetas todos y todas, manchados de versos.
Sus labios cerrados y abiertos
burbujas con y sin salida,
sus dedos encogidos
en torno a la pluma invisible.

Encontrarás un poema en cada frase,
una imagen insistente y evasiva,
unas palabras que te golpean
sin venderse
al precio de la carne fresca,
regaladas
por el hecho no tan simple
de existir.

Escribirás, sin poder evitarlo,
para mal o para bien,
arrancando las legañas del cerebro,
entre sueños o entre pesadillas.

Tu libreta, al pie de la cama,
mirándote,
codiciosa,
vigilante,
a la espera,
mientras tú te remueves, inquieta,
en la batalla, en la travesía;
espada, colchón y lengua
entrecortados
entre sus líneas.

Jaula de cabellos

En su jaula de cabellos, retorcida,
se quedó la esencia de tu nombre:
letras como flores de guirnalda,
entretejidas, hermosas y muertas.

Tenías que irte, y los dos lo temíais.
Pero sin tu nombre no sabías cómo,
no sabías dónde. ¿Cuándo? En la mañana.
¿Qué mañana?
No os acordábais, no...aún era de noche...

Y toda la noche, paciente e insomne,
la mañana se escondía, quieta
bajo el colchón, para sorprenderos:
en el peor de los minutos, en el mejor de los momentos,
su peine de luz de aurora buscando llevarse tu nombre...

Pero tu nombre..., ay, no quiso marcharse.
Se anclaron las letras con uñas de acentos
luchando por poder quedarse.
Resistiéndose, sin saber cómo hacerlo.

Porque la mañana,con su desayuno,
muerde ya las oes, manchadas de negro,
crujientes y dulces restos de tu nombre
flotando en oscuro café de recuerdos.

Y tú te marchaste, sin saber a dónde,
Sin nombre, sin alma, y tatuado de besos



Esperanza

Espero
lo inesperado.
La tromba de versos que a veces me asalta,
amenazando con arrastrarme
a los rincones más prohibidos
vetados para mi conciencia.

Espero
el toque de esa cancion hecha pluma
que acaricie el metal de mi alma,
el beso de tornillo de un recuerdo
que aplaste en mi paladar su lengua,
estremeciéndome.

Espero
el estallido de una sonrisa
que destroce todas mis barreras,
que me lance contra mis propios límites
violento, a bocajarro,
feliz y desencajada.

Espero
la bofetada que llega de pronto tras el sexo,
inevitable,
cuando el cable de perlas se desgrana
y los cometas se desvanecen
y vuelvo a sentirnos reales.

Espero
que tus ojos siempre me acompañen
en la larga ruta al infinito,
esa carrera eterna,
interminable,
a la desesperada.
Pues la esperanza no tiene una meta
a la que acabar llegando.



Calidoscopio

Si tenéis un ratito, pasaos a ver


Calidoscopio


Que han incluído uno de mis relatos en la edición de este mes, lo cual me hace una ilusión tremenda. Ya he agradecido a los “culpables” lo que tenía que agradecer, así que no me repito. Emocionada por vuestra confianza, ya lo sabéis.

Os recomiendo que os deis una vuelta por la página, no por ver lo mío en especial, sino porque vale realmente la pena, hay cosas guapísimas.


Me siento muy orgullosa de estar ahí, y más aún, estando en semejante compañía.

Miedo

Vivir a veces da miedo:
moverse entre tantos bosques
de zarzas hirientes que hay por cruzar.
Dejando trozos de piel,
en cada rama.
Cargando espinas letales,
con cada paso.

Esta gata vieja de extraño pelaje
de cicatrices viene cubierta,
los tatuajes
de piel para adentro,
de piel para afuera,
son visibles e indelebles
invisibles y perpetuos...

El corazón canta con fuerza imparable...Sí...
Pero al sacarlo allí fuera...
Sin saber muy bien por qué,
-o peor aún, por saberlo-
siempre enmudece, cargado de dudas.
Batiendo ensordecedor y callado
a cada paso decidido y tembloroso.

Bajo el pecho contenido...
tu estómago es saco de losas de marmol.
El miedo a ese miedo que pesa allí dentro,
es lastre de plomo enganchado al cerebro:
ancla inamovible,
que amarra tu alma a lo duro del suelo.

Fuerza imparable encuentra objeto inamovible.
El choque de opuestos no puede ser bueno:
chispas de deseo, truenos de tormenta...
Mareas de llanto.
¡Joder! Maldecir, amar, querer tanto
que equivale a tanto tener que perder...

El miedo restalla en tu interior, repentino, como un látigo,
y saltas asustada a tejados más amables.



Rodajas de tarde.




Es extraño descubrir
que las palabras que te sirven de puente
colgante, entre nuestros mundos,
no necesitan ser retocadas,
te son útiles en su simpleza.

Meriendo rodajas de tarde
como de sandía madura, roja y fresca.
Miro a los perros que copulan.
Me siento desprotegida.

Ante el peso del tiempo y las pálidas dudas
tengo que confiar
que tu palabra resistirá la tormenta,
que el puente colgante de versos
aún te
conducirá
sobre el desfiladero , a salvo de las rocas,
hasta mi guarida.

He de confiar en que la lluvia
no disolverá el atardecer
ni el azúcar glas bajo tu lengua;
que seguirás queriendo encontrarme
aún, con ojos encendidos.

Poco garantiza el todo.
Nada, es lo que quedaría
de arder la cuerda colgante entre las montañas

Me quedaría sólo yo, merendando
las rodajas de sandía de la tarde fresca,
envenenándome
con el sabor excesivo de la sangre afrutada,
con su indiferencia.

Historia 1 versión 1.






Alargó la mano con disimulo, y sus dedos dibujaron cinco líneas, paralelas como las de un pentagrama, sobre el agua del estanque. Giró levemente la muñeca, experimentando. Ahora una curva múltiple y virtualmente perfecta rasgaba la superficie antes lisa e impoluta, formando una arcada de ondas que se entrechocaban, besándose entre sí. Era oscura el agua, negra y profunda. Sin pararse a pensar, reunió saliva desde el fondo de la garganta, y, utilizando su lengua como pista de lanzamiento, escupió un proyectil baboso a su reflejo roto. Un gorgojo blanco y deforme como una ameba cayo en medio de la irregular partitura flotante.

-¡Guarro!
-Sí, un poco.

Eso no hizo callar mucho tiempo a la entusiasmada muchacha tendida frente a él, que continuó donde había frenado en seco hacía sólo un momento, justo antes de la interrupción salivar. Sin apenas pararse a coger aire entre chisme y chisme, parloteaba sobre esto y aquello, sus ojos brillantes como los faros de un camión sin freno ni piedad alguna hacia el oyente al que atropellaba.

El hombre sentado al borde del agua, sobre la chaqueta gris, siguió fingiendo escucharla, resignado. Con el rabillo del ojo comprobó que el escupitajo seguía a flote. ¡Bien por él!

Ella le golpeó el brazo, impaciente:

-Juan, ¡Juan!, ¡Mírame cuando te hablo!
-Sí, cielo, sí...

Juan deseó fugazmente que el Monstruo de la Laguna Negra apareciese de pronto con hambre de mujer charlatana y se la engullera de un solo mordisco.

Aunque de darse ese encuentro, pensó, eran más altas las probabilidades de que ese disco rayado con tetas acabara arrastrando a la pobre bestia de tiendas, para que le llevase los paquetes. Bien mirado, tal vez así se libraría él. ¿Tendría el monstruo alguna Visa? ¿O preferiría MasterCard?

Una mano de uñas afiladas le arrancó en seco del refugio de la ensoñación, donde había intentado en vano refugiarse. No, no era viscosa, como la del monstruo. Pero sí implacable. Era ella, mirándole entre el reproche y el gimoteo.

-Juan, es que no me escuchas...
-Perdona, me había despistado un momento. ¿Decías...?
-Eres un caso, Juan... La paciencia que hay que tener contigo...en fin. Hablaba de ese sitio, sí, de ese al que íbamos, como ha bajado...por ejemplo, las servilletas, ¡fíjate! Es que ya no ponen de las buenas, de esas que llevaban un dibujito como de flores en...

Mientras ella volvía a atraparle en su torbellino de palabras vacías, Juan no pudo evitar sentirse más insignificante y mucho menos libre que un simple escupitajo.

Una gota de calma




Encontré una gota de calma
prendida en la yema de una hoja
entre los cerezos desnudos.

Creí por un instante que me había equivocado,
pero no, los rayos del sol
también la veían
y, solemnes, la esquivaban
por que no se desprendiera.

Los cuervos, que todo lo saben,
la miraban confundidos...
Esperanza en lo negro de sus colas
levantadas
en abanico
antenas receptoras del raro silencio.

Estuve observándola,
sin moverme, ni respirar,
rogando por que no se disolviera,
que no me dejara allí sola,
allí, en medio de mi caos.

Breve fue el espacio, amplio fue el tiempo
cuando la calma,
sin previo aviso,
me miró directa a los ojos.
A mí, sí, ¡a mí!
Tan sorprendida
como encantada de tenerla cerca.

Respiré.
¡Maldita sea!
Tan sólo por seguir viva...

Sintió el aire golpearla,
directo, desde mi boca,
áspero, espeso y viciado,
y escapó veloz,
despavorida.

Pensó tal vez que la quería
poseer, cosa probable,
o que anhelaba que me poseyera,
cosa aún más probable, si cabe:
el más imposible todavía.

No duró nada, nada, esa calma
rara
y huídiza, los coches
volvieron a desollar
los suelos a mis espaldas,
los cuervos reían
de nuevo mi estupidez , y los cerezos
desnudos y locos,
me gritaban.

La última ronda

Esta noche hay mucha tranquilidad en el bar. La penumbra ocupa la mayor parte de los reservados y se refleja con una luz cobriza en el espejo de detrás de la barra. Seamus, el camarero, observa su reflejo detenidamente - le está saliendo un grano justo en medio de la ceja izquierda - mientras arranca con un trapo rematadamente sucio toda esperanza de brillo del vaso que sostiene. Sí, hay mucho silencio. Ron, el borracho del pueblo, acaricia pensativamente su vaso vacío.

-No creo que te vaya a crecer ginebra en el vaso con sólo mirarlo, Ron -dice Seamus, sin dejar de vigilar su grano- no es un vaso mágico.

Ron da un súbito respingo, que hace vibrar su barrigón.

-Sí, sí, lo se, Seamus. Es que estaba intentando decidir…
-¿Decidir qué? ¿Whisky o ginebra? No es momento de pensárselo, es casi la hora de la última ronda.
-Ya, pero no puedo evitar darle vueltas al tema. A ver que opinas tú: ¿qué crees que ha sido más espectacular, cuando el tentáculo gigante se cargó el puerto deportivo o lo del río convirtiéndose en sangre?

Seamus se queda pensativo - No sé que decirte, Ron ,viejo amigo, difícil cuestión….aunque a mí lo que más me sorprendió fue eso de que los muertos se levantaran de las tumbas. Nada en contra de los muertos vivientes, si pagan la consumición…pero mira cómo me han dejado el bar, perdido de barro…

-Y de otras cosas,-contesta Ron, apartando con cara de asco un dedo con su uña del cenicero para colocar su cigarrillo. Por no hablar del problema de las herencias. ¿Tú crees que tío Sean vendrá a buscar el reloj que me dejó?
- Lo vendiste, ¿no ?
- Sí, para pagarme los tragos.
- Entonces, si aparece, invítalo a un whisky. Será lo más adecuado.

De repente, un estruendo sacude el local, y una nube de polvo cae sobre ellos. Seamus saca una araña caída sobre la barra de un suave golpecito, casi con dulzura.

-Mierda, Seamus, ¿qué crees que ha sido eso?
-Me da a mí que va a ser la hora de la lluvia de fuego y rocas.

Algo se mueve sobre ellos, y golpea de nuevo el tejado.

-No parecen rocas, Seamus
-Si tan curioso eres, Ron, ve a mirar qué pasa.
-¿Me pones un whisky?
-Para la vuelta.

Ron va hasta la puerta, la abre un poquito y mira hacia arriba. Cierra de golpe, vuelve bamboleándose al refugio de la barra y engulle su whisky de un solo trago.

-¡Hostia Seamus! Creo que se ha posado en el techo uno de los jodidos jinetes del Apocalipsis.
-¿Muerte?
-No, creo que Pestilencia
-Podría ser peor, entonces…

Seamus dirige la vista hacia la penumbra de su alrededor, mira a Ron, y con parsimonia se acerca hasta la campana de bronce que cuelga sobre el final de la barra, marcada “Last Orders”. Y la hace sonar con energía mientras entona el mantra de cada noche : “¡Última ronda, señores, última ronda!” Y, guiñándole un ojo a Ron, añade: “¡oferta especial fin del mundo, al último trago invita la casa!”

Gatos








Gatos
en sombras
paseantes
y alargadas.

Gatos
en movimientos
sinuosos

Gatos,
recostados en la oscuridad
restregándose contra los fantasmas

Gatos,
remolones y enroscados
sobre su conciencia felina

Gatos, dormidos en sus rincones,
soñando fierezas
inmóviles y sin embargo...

Gatos,
saltando, devorando, jugando a matar,
cazadores de juguete

Gatos, gatos, gatos, gatos.

Gatos de ojos verticales,
gatos de piel y de garras,
gatos peligrosos y vagabundos.


Gatos principescos,
gatos elegantes y vanos,
lamiéndose hasta ser espejos

Gatos desastrados,
alfombras de pulgas y pelo
gatos de hueso y pellejos.

Tímidos gatos,
ocultos a las miradas,
invisibles.

Fieros gatos,
bufando sus inquietudes
al paseante

Dulces gatos,
acariciándose contra tus manos,
bellos gatos.

Gatos, gatos.
Gatos.
Gatos.



Lujuria de sábado

No escribiré sobre ti, lujuria,
ni sobre el hambre voraz de los sentidos.
No asumiré la extinción de todo mi pensamiento
por miedo a la bestia rabiosa
que incubo en mi lengua,
y enjaulo en mi boca.

Cuando la piel se encabrita
y los poros estallan en miles de géisers...
¿Existen palabras que te traduzcan,
más allá de del grito sordo de sus manos, al tocarme?
No, no intentaré describirte.

Porque no sé componer poemas de piel y besos.
Porque no puedo narrar el cuento de mis gemidos,
me callaré. Habla tú por ti, lujuria,
-imprimiendo a fuego y sangre tus relatos-
con las uñas que desgarrarán su cuerpo.

Porque la tinta ya me huele a sexo.
Porque el papel será la sábana receptora
de nuestros sudores,
cuando
por fin
caigamos.
Porque la pantalla es tan sólo otro ojo, ávido de mi carne,
que refleja estos ojos lascivos, ávidos de la suya.
Porque no hay bastantes teclas
que admitan todos mis dedos,
ni existe banda tan ancha que contenga mis temblores...

Sí. sí,
SÍ.
Sí, por todo eso,
no, no...
NO.

No hablaré de ti, pérfida lujuria.
Porque cuando tú estás presente,
me lo quito todo, todo, en mi impudicia,
-hasta la máscara de lo poético-
antes de perder la consciencia,
y existir sólo en el infinito.