Sísifo

¿Es Sísifo quién empuja la piedra, día tras día, colina arriba...o es la piedra la que empuja a Sísifo, día tras día, hacia abajo, por la colina?

Insomne, a las 4 de la mañana, por una calle desierta, camina Sísifo. El suelo devuelve sus pisadas hacia arriba, instándole a volver a levantar sus pies y continuar.

¿Es Sísifo quién empuja la piedra?

Cada día hace lo normal, se levanta, se ducha, come algo, sale a la calle. Cada día siente la presión en su contra, el peso de cada minuto volcado contra él. Y al final de cada día cae rodando la piedra, y todo vuelve a pesar.

Sísifo está vivo, pero vive en el infierno.

La vida empuja a la muerte a través del tiempo.
La muerte devuelve el empujón con igual fuerza a la vida.
La muerte siempre hace que la piedra acabe rodando ladera abajo.

Insomne, a las 4 de la mañana, Sísifo camina, golpeando las plantas de sus pies con las aceras.

Cuando las marcas de sus torcidos dedos se quedaron impresas en torno a aquel cuello hermoso...marcas moradas de fuerza...dedos blancos por la presión...labios pálidos sin sangre...lengua violácea...

Fue la muerte la que empujó a la vida fuera de aquel cuerpo. El administró esa fuerza igual en magnitud, opuesta en dirección, a la de la vida que se resistía.

Fue la vida de dentro de aquel ser tan perfecto la que impulsó a su imperfección a aniquilarlo.

Insomne, Sísifo recorre las aceras. Sus pies y el cemento se golpean mutuamente.

Sísifo tiene que seguir empujando la piedra. La piedra debe seguir empujando a Sísifo. Ley de acción y reacción.

Así él sigue vivo, sólo así. Cuando la vida escapa y la muerte la detiene. Sí, sólo así puede empeñarse en seguir vivo .

La vida y la muerte se persiguen en cada callejón oscuro, esperando enfrentarse, siempre, en direcciones opuestas.

Amanece, y vuelve a rodar la piedra.



Aleixandrinos I-II-III

ÁNGELES DE LABIOS PARTIDOS: ALEIXANDRINO I

No, yo no creo ya más en los ángeles

ni en que me quieras así, como soy.

No espero imposibles hoy: bajo esta nube

los colores se desmayan, débiles y pálidos,

doblándose por las rodillas, disueltos en llanto,

como acuarelas salpicadas por las olas.



“No” Si alguien me pregunta negaré que te conozco,

nadie conoce a nadie: no mentiré, después de todo,

después de nada más que imaginarte

como quiero que seas, sin comprobarlo.



Los hilos de esta cuerda en la que me colgaste

van enganchándose en zarzas con cada verso

que no te escribo, que no te leo, que no te mando.

Tirantes como látigos, heridas que van por dentro,

como cortes de cuchilla en lo más hondo del labio.



“Labios partidos, sangre ¿sangre, dónde?”

No en mis mañanas descoloridas.

No en mis noches monotemáticas.

No en mis amaneceres salados.

Sólo donde muere el canto

que se me escapa a silbidos entre dientes rotos.







SUFRÍAN POR LA LUZ, ALEIXANDRINO II


Sufrían por la luz,

por la luz que los acometía

desde mil direcciones diferentes.

Robándoles minutos a sus noches,

agrietando los pilares de sus sueños,

rebelando sus escondrijos,

iluminando el negro de sus almas.



Labios azules en la madrugada,

por el frío de nieve de las palabras

que no creyeron pronunciarse nunca,

que no sentían más que desde dentro,

desde fuera, en frías gotas de luz.

Que traspasaban sus máscaras

mostrando lo más escondido

congelando, en cristales de nieve,

las sonrisas de sus caras.






LECHO NAVÍO, ALEIXANDRINO III



"Lecho navío, mitad noche, mitad luz"



En la mitad de la luz, surge la noche,

porque la noche a la luz la victimiza,

asfixiándola con sus negras manos de barro.



En medio del aparejo de cuerdas que gimen,

navío de luz, que zozobra en mi lecho.

Mitad de sombras, cubre el blanco de tus ojos,

reclamando, desde el negro de tu boca,

el aire pálido y breve de la mía.



Navío de alquitranadas tablas, que se quejan

por los golpes de las rodillas, descarnadas,

que agujerean las cubiertas con su embite.



Sombras en la niebla blanca, en la espuma de los dientes,

que las olas de los besos atan a mis costas.

Tsunami entre el vientre y los dedos,

maremoto desatado, de las puntas de mi pelo,

hasta las uñas de tus pies, tensados

para el inminente salto al infinto.




Friday, I'm in love






Los chirridos del somier

estrangulan el largo y pálido silencio del día.

Los coches se arrastran

infames desde sus negras guaridas.

Es viernes.


Surgen los trenes

cruzando profundas distancias, por sorpresa,

vagabundeando sobre los raíles,

fingiendo que es ya sábado por la tarde,

que el viernes desapareció sin una huella.


Demasiado tarde, demasiado pronto,

la luz del día no miente,

muestra que los ojos del calendario

se hallan abiertos sin ambigüedad a la mañana

y que hoy es viernes.


Se desparraman las vidas

sobre las aceras, los grandes almacenes

saturados de melodías ambientales, se lamentan

bajo la avalancha de tercos zapatos, que prueban

que hoy aún es viernes.


Caen las voces

de los rascacielos, y los ascensores

mueren de pena y de agotamiento

angustiados bajo la carga de los problemas de las corbatas,

ajenas a que las dirijan.

­¡Y eso que es viernes!


Se desvanecen, sabina dixit,

los testigos del lunes en los juzgados

pues no alcanza para más sobornos

el bolso de la vieja semana proxeneta.

Dicen que es viernes.


Sigo escuchando

el gotear del día bajo mis mantas

donde no duele saber que existo

donde lloro por las no-presencias,

(como siempre,
desde ayer)

no por ser viernes.


Tengo la duda,

si mis pies tocan el suelo, de caerme

o dejar de notar que me sostengo,

como cada día.

Por fin: es viernes.

Engaño




He de confesar que sí te he engañado.
-algo, mucho, con frecuencia.-
en el grado de verdad que supura
de estas letras sin sentido
que algunos llaman “poemas”

En lo que dejo de mí cuando resbalo
entre los dientes de los tulipanes,
bajo las uñas del roble caduco,
en el arcén de las autopistas.

Hoy he de admitir haber llorado
por fin entre cables y azulejos,
reflejada en mil resistencias metálicas
cinceles de mis aguas, recortadas
en diamantinas ilusiones de piedra.

Lloré por fin:
demonios y fantasmas
bailando juntos
sobre
la punta
de aquel
mondadientes
puesto
de pie.

Aplausos desde la galería, mil
lenguas lamen la gota de mierda
que chorrea del borde de mi mejilla turbia.

Reflejos de aguarrás
en el olor de mis manos:
dibujantes destronadas de la brutal desdicha.

borrachera (debida) de vida

Borrachera de música,
de palabras
de miradas entrelazadas
que conducen a nada
o al infinito,
el absoluto
a través de mi vaso
con gusto
al olor del almizcle,
esos hielos
que no enfrían,
que calientan.


El murmullo de las pestañas,
al caer.
Tantas palabras...


No hay voz,
no hay palabras,
sólo la borrachera
de las horas pasadas,
ese ruido
entre mis dos orejas,
engarzado
como piedra de toque
como sonido
como risa
como nada
como todo.


Toda esa vida, que quema
con deseo
de más vida.


Borrachera de noche
de voz
de ruido
de mí
de tí
o de nada,
de palabras,
de música:
borrachera, por fin
de vida.



penélope

Penélope a veces me siento
de tanto tejer poemas
y destejer sentimientos.
Desmadejándome a mi misma,
noche tras noche,
me deshilacho con cada verso.
Mis dedos lloran líneas de sangre
boradadas en rojo en el alfabeto.

Letras trenzadas a golpes,
hilos que enhebro
entre la pesadilla
y el desconcierto.

Creando tapices de sueños,
retales de ideas.
Deshaciéndolos deprisa,
para que tú no los leas.