Las víctimas de sucesos improbables

Las víctimas de sucesos improbables
Compartimos ese je ne sais quoi
¿o será je ne sais pas?
(Y perdonadme que hable francés hoy,
no me he lavado bien la boca tras comerme una crêpe,
y algún que otro evento
francófono
de difícil trazado)

Las víctimas, pues, de sucesos improbables
compartimos la victoria
sobre la propia
incredulidad, al ver
materializarse
objetos y eventos extraños,
sin dimensión conocida,
frente a nuestras
caras
atolondradas, las víctimas
de sucesos improbables
recogemos
en el paladar las lenguas
ateridas
por el frío acusador, las víctimas
de sucesos improbables
compartimos
minutos
de silencio y
frases mal concordadas;
apenas nos hablamos ya, ¿para qué?
si llevamos todo escrito
debajo de las pestañas, se transparenta
en
cada
parpadeo
involuntario, las víctimas
de sucesos improbables
desafiamos
la realidad a cada paso,
sabiendo
qe no vamos a ser creídas,
recordando
no hacer ningún comentario,
mintiendo
por no perder la razón
que nos damos
como a los locos, por mostrarnos
desesperadamente
consistentes
e infelices.



Un día, encontre un gran libro
enterrado profundamente en el suelo.
Lo abrí, pero todas las páginas estaban en blanco.
Entonces, para mi sorpresa, comenzó
a escribirse a sí mismo:

"Un día, encontré un gran libro..."

El enano. ("Freaks" revisited).

Las mejores esencias vienen en frascos pequeños. Eso dicen.

En el circo las esencias son una mezcla de serrín sudado y bosta de cuadrúpedos.

Por eso, mi esencia aquí se resume en una máscara de maquillaje graso y pegajoso, en una nariz de plástico como una seta venenosa y en dar saltitos y hacer estupideces detrás, encima y a veces debajo de los payasos.

No todos los de mi tamaño acabamos así. Los hay "normales". Yo no puedo serlo. No lo soy. Mi deformidad está en el interior. En mi pequeño frasco de maldad, ese que guardo dentro, que sólo abro cuando nadie me ve. Y apesta.

Nadie sabe lo que odio a esa zorra. La trapecista estrella. Esa que se ríe de mí, que me mira con tanto desprecio como si supiera realmente el monstruo que soy.

Se cree la princesa Blancanieves. Me trata como a un enano. Cosa que soy. Pero no como a un hombre. Cosa que yo creía que era.

Es tan hermosa como una pluma de cisne. Cuando se eleva, todo en mí se eleva con ella.

Cuando baja al suelo, 100 toneladas de desdén me aplastan bajo sus pies delicados.

Hace unos días, embrujada por su belleza, una de mis manos escapó de mí y rozó su espalda desnuda.

Su cara al volverse a mirarme “¿qué crees que haces, desgraciado?” Su risa diabólica, “chicos, el pedo de mono este se cree que me gusta o algo. ¿dónde está el insecticida, para acabar con el hombre-pulga?” Y más risas. Y más.

Esta noche, he creado una piedra filosofal propia, pero no para conseguir oro.

Esta noche, la pluma se convertirá en plomo. Mi frasco de maldad se ha abierto, y se derramará con su sangre.

Sólo hizo falta una pequeña sierra en mi pequeña mano. Los trapecios no son difíciles de sabotear.

Esta noche, habrá un monstruo menos en el circo.

A veces no importa el tamaño del frasco, los venenos más potentes se administran en dosis pequeñas, pero certeras, como la venganza.


Dragón de Hielo



Para Alguien en particular. Quiero que sepas que la llave de salida del país de las pesadillas, el calor suficiente para derretir al dragón, están en tí y sólo en tí. Pero que también tienes en quien apoyarte, si lo necesitas.



Eres un dragón.

Te plantas a la puerta de la guarida...y cariñosamente me impides salir.
Me ofreces oro y otras lindezas...pero nada de sol y de calor.

Eres un dragón de hielo, y yo no tengo la fuerza de poderte derretir.

Porque me quieres....me quieres mucho.
Porque me quieres... tener prisionera.

Y yo, asfixiada por el peso de tus toneladas de amor, tus toneladas de oro, tus toneladas de carne en glaciación

y sin una margarita que deshojar para saber si llegará un nuevo día,

me voy haciendo de hielo, de cristal de roca, de tallos de estalagmita en flor,

petrificada en el hueco de tu amoroso abrazo.


Casi romántico.

Si fueras azul, y no
rosa palo y bermellón, blanco, negro y amarillo,
combinarías mejor con las cortinas,
destacarían más los rodapiés.

Pero eres tan sólo tú, tan
imperfecto como adorable, te colgaría
como a un cuadro de la pared, a pesar de esas
manchas de carmín podrido, algas
resecas y vómito incontrolado.

Y si fueras otro, te cambiaría
por ti, no podría acostumbrarme
y perder de vista esa imperfección
tan familiar
que tanto y tan bien me fascina.


pequeñas tragedias








Pequeñas tragedias:
tanto, que no vale ya la pena
ni comentarlas,
nos asolan, desmenuzan
nuestras estrechas conciencias.

Enanas blancas y rojas
estallan
rotundas,
entre las cejas;
enanas negras golpean
nevando en enjambres
lúgubres,
plañideras:
esparcen nuestras cenizas
en el fiel cortejo fúnebre
que nos persigue
tras la tormenta.

Pequeñas tragedias, diminutas.

Devastadoras.

Imperceptibles.

Carentes
de trascendencia.

Tanto, que no vale ya la pena
publicitarlas
ni con una lágrima furtiva
que abandere nuestra pena.



*Wikipedia

Debido a que la evolución de las Enanas blancas dependen de cuestiones físicas, como la naturaleza de la materia oscura y la posibilidad de la evaporación de protones, que nunca ha sido observada y no se entiende la naturaleza de este fenómeno, no se puede determinar con exactitud el tiempo que necesitaría una enana blanca para convertirse en una enana negra

Se cree que las enanas rojas son el tipo más común que existe, pero que se ven muy pocas debido a su bajísima luminosidad.

Kitsch de recursos compartidos

Un crucifijo a pedales
que destella milagros, a razón
de la constante invariable de algún
sudor deportivo y venial, una sombra
a manivela, que sube y que baja, frente al golpe
concluyente
de la cortina bivalva, una
mandíbula a cuerda, que hay que poner en hora
para que nunca convenza a destiempo...

Los recursos compartidos:
misionero, político, esposa,
charlatán, prostituta, artista.





Ascensores






Todos los ascensores
tenemos, por ley, instalado,
un botón que da la alarma
para casos de emergencia
o de sobrecarga.

Muchos, exhibimos al público
cerraduras o rendrijas
misteriosas y solemnes
para los niveles más privados,
accesibles sólo a unos pocos:
los escogidos.

La mayoría vivimos forrados de espejos
que devuelven, a los que cruzan las puertas
su mirada,
su reflejo a nuestros ojos.

Mordidas por las pintadas,
por los insultos gratuitos,
lucen las paredes, pieles
casi siempre malheridas.

Algunos ¿afortunados?
llevan dentro una melodía
constante y repetitiva
que los acompaña,
que los enloquece.

El resto, sólo silencio:
los ascensoristas pasaron de moda,
se quedaron en otro siglo,
dejándonos solos
a nuestra suerte.

Subimos, bajamos, entra la gente
limpiándose los pies contra nuestras lenguas,
apestando a Chanel y Eau de Sobac,
manchando la paz con sus charlas vacías.

Bajamos, subimos
pendientes,
siempre,
del finito cable que nos atrapa.

Subimos, bajamos...

Pulsar el botón de alarma
no es un escape posible.

lluvia





Necesito la lluvia
sobre mi cuerpo.
Lamiendo mi piel, con ternura,
con fiereza. Como espátula líquida,
gota a gota, imparable,
-hilo de agua a hilo de agua-
que te arranque de mí,
que me rescate...

Me muero por ese frescor
que me limpie, que me libere,
que me traspase...
Que corra desde mi nuca, en escalofríos,
que bañe mi cara
en suaves cascadas
centelleantes...

Necesito la lluvia
fresca, sobre mi cuerpo.
Que me abrace como un amante, deshecho
en perlas, rodando sobre mi:
un milagro en el desierto
de amargura de tu ausencia.

El agua que no cese.
Cayendo del cielo, brotando del aire, sin control, sin medida,
sin freno y sin quien la pare.
Tú ya te habrás ido, arrancado, disuelto...
yo quedaré por fin limpia, borracha de nadie.

Decisiones

Elegir el punto de equilibrio
no es tarea propia de cobardes:
saber qué es lo que no quieres
precisa de cálculos infinitos

o de
un
impulso
súbito
e
irrefrenable.

Tendrías que decidirte ahora mismo.

Ya.
Sin
dilación,
sin
más
pensarlo,

si no quieres que te arranquen
los deseseos a patadas
el tiempo, y tu obstinación
en no ver lo que te importa,
en perderte en lo que no.



música





Por la ventana entreabierta surgía una nerviosa hilera de notas a paso de fuga, agolpándose unas con otras con la alegría de haber sido liberadas por fin de sus pentagramas.

O tal vez sólo saltando como pequeños insectos negros y brillantes, perseguidos por la escoba de alguien que estuviera haciendo una enérgica limpieza de las notas sueltas de su cerebro.

Ahí fuera, invisibles salvo para los ojos de algunos gatos selectos, un trío de trovadores recibía e investigaba la lluvia de notas, saboreándola.

Bela estaba entusiasmado. Wolfgang lo encontraba interesante. Johann S. como era habitual, dudaba entre horrorizarse o aceptar lo inevitable. Era el más viejo de los tres, y había pasado por ese trance una y otra vez. Pero aún le costaba acostumbrarse a algunos de los más sutiles matices de la modernidad.

Tres músicos mudos y silenciosos, comunicándose con los ojos: “¿vale la pena?... ¿creéis que este...? ¿ tiene la suficiente pasión?”

Un riff de notas agudas y rápidas les traspasó. Se miraron , y asintiendo, los tres a una, se lanzaron hacia la ventana entreabierta, sorteando las fusas y semicorcheas que volaban hacia ellos como meteoritos. Había un solo guitarrista, ensimismado en buscar los trastes correctos. Desde detrás, a traición, Bela, Wolfgang y Johann se lanzaron hacia él apenas sin mirar, y en un certero derrape se deslizaron suavemente en sus oídos. Uno, dos, tres. Tres músicos fantasmas. Tres espíritus inspirativos.

El guitarrista, un muchacho – un tal Eddie o Jimy, o Eric, o Brian, o Fredy- frenó en seco de tocar, como si hubiera sufrido un repentino ataque de hipo. Sacudió la cabeza, estornudó ruidossmente igual que haría un caballo, sacudiendo su cabellera...y volvió a atacar la melodía. Tocó como nunca antes había tocado. Mejor que nunca. Sorprendido, paró, continuó, con una sonrisa de estupor....y se abandonó a la maravilla de toda esa energía que no sabía de dónde había salido, tan de repente. Pero que al parecer no tenía ninguna intención de desaparecer.

Había nacido un genio, bendecido por la música.

No es verdad que existan las musas, no. Pero la verdad a veces sí está ahí afuera. Tal vez, al pie de vuestra propia ventana. Sólo tenéis que preguntarle a cualquier gato selecto y os lo contará, como he hecho yo.

sin embargo




Con un escote impresionante,
hasta el nivel del ombligo
más o menos,
te seduce esa idea, tentadora,
imposible, y sin embargo
exquisítamente dulce y perversa.

Te abrazarías como hiedra palpitante
a ese árbol seco, y sin embargo
poderoso y te dejarías llevar, te
colgarías de esa promesa,
tan absurda como real.

El polvo translúcido de alas
de mariposas caídas mancha tus cabellos,
tu piel desnuda, con la impronta
de una muerte relativa. No deberías
tratar de besar esa llama
que te hipnotiza,
y sin embargo...

Con las dos manos sujetas
todo tu peso de esa pequeña
flor, tan frágil, tan obscena, y
sin embargo, resistente, que te aguanta
en la pared del desencanto:
su fina raíz de esperanza
mascando voraz la tierra, ya casi suelta.

El hombre de hielo





El hombre de hielo es un hombre pragmático:
no quiere ni tiene nada que esconder.
Desnuda su transparencia, no puede evitarlo
porque todos saben ver a su través.

El hombre de hielo mordisquea conos
de menta cuando sale a pasear,
no lleva cambio en los bolsillos, se despista
y choca contra una señal de STOP.

Se descuelga por los canelones
desde el tejado frío, sin asfaltar.
El hombre de hielo cae y se resiente:
grietas de cabellos salpican su piel.

El hombre de hielo huye del gentío
y camina solo con su frialdad
anunciada; es transparente y puro,
evita manchar con los charcos sus pies.

El hombre de hielo sonríe a los pájaros,
maldice a los perros, reniega del sol.
Lleva una campana enquistada en el pecho,
con tañidos blandos late en su interior.

Soñar con el fuego derrite su frente,
salpican las gotas por toda su piel,
tiene en los costados churretones negros,
cera de una vela que no puede arder.

Si tropiezas con el hombre de hielo
no debes decirle que todo lo ves,
lo que lleva dentro, lo que cuelga fuera:
una campanada lo puede romper.