piedras

Cayeron de repente, salidas de la nada.

Nadie sabía de dónde, ni por qué.

Las primeras llegaron tímidamente. Abriendo boquetes circulares y ovales en los capós de los coches, en los tejados, en las cabezas despejadas de los viandantes.

Eran tan sólo una mera avanzadilla.

En apenas unas horas llegó el grueso de la tormenta. En manadas. En enjambres. En trombas. Era increíble, pero cierto. No eran meteoritos. Estaban lloviendo piedras, materializándose en medio del aire, a velocidades supersónicas. De todos los tamaños, de todos los colores, de todas las clases, de todas las formas imaginables. El estruendo de su llegada era inenarrable.

A algunos les cayó la lotería. Literalmente. No es lo mismo ser liquidado por un simple basalto de 10 kgs, que caer atravesado con precisión por una valiosísima y fina esmeralda en bruto. En bruto, literalmente.

Para todo, hasta para morir de una forma inexplicable y absurda, siempre ha habido clases.

Fueron varios días de inconstante tormenta pétrea, al ritmo irregular de una sesión de jazz improvisada. Música destructiva de petrificada solidez. Gota a gota, marejadada a marejada, en acordes y solos repiqueteantes.

Y, súbitamente: el silencio.

Tal como comenzó, terminó.

Sin una explicación, ni buena, ni mala.

Después...vinieron la invención del paraguas blindado y la profusión de afectados del Síndrome del Cuello Retorcido: a muchos les quedó la fijación de ir mirando permanentemente hacia arriba. La fundación de la Iglesia de la Santa Roca Volante, y la invasión de Corea del Norte por parte de los americanos - al perro de Bush se lo había cargado una llovizna de granates y rubíes. Si había que culpar a alguien por ello, estaba claro que tenía que ser a los rojos.

Me gustaría poder decir que todo cambió, que mi ciudad nunca volvió a ser la misma. Pero no. Fue tan sólo una de tantas historias extrañas a las que tener que adaptarse. Algo que digerir lo más rápido posible, para poder continuar con la regularidad de nuestras vidas instaladas en la rutina.

Pero desde entonces contemplo mi colección de minerales del mundo con una nueva perspectiva. Con ojos más abiertos. Con la puerta de la sospecha siempre entornada.

He forrado sus expositores y vitrinas con el mejor terciopelo rojo y negro que se pueda encontrar, para que se encuentren más a gusto.

Por si acaso. Sólo por si acaso.

Nunca se sabe.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Cositas... me sigue gustando este escrito tuyo con tanta imaginación y tan bien relatado.
¿Quien soy? A ver si lo adivinas: Un niño en blanco y negro que viene del "passado" jeje.
Muchos besos, amiga.

Anónimo dijo...

Cositas: desde aquí proclamo publicamente mi más profunda y rendida admiración hacia tus letras.

Y acaso, también hacia tus piedras.

Soy ficción dijo...

Al enemigo se le debe tener cerca y contento, no vas por mal camino, si los pones frente a la tele o la ventana seguro que los apaciguas un poco :)

Anónimo dijo...

Cositas: Solo una palabra: impresionaaaaaaaaaante

Anónimo dijo...

nada d nuevo te diré, solo que es de lectura obligada para mi salud la lectura diaria de tus letras

Anónimo dijo...

Amigos hasta en el infierno, eh?..hola gatita, pasé a saludarte.

Isa Pe dijo...

Chano: sí, sé quien eres. Encantada de tenerte por aquí.

Javi: levanta, hombre, que te harás daño... y así no hay manera de mantener una conversación racional, a ver si me va a doler el cuello...; )

Nausicaa: los tengo a mano, para poder observar lo que hacen, siempre...mejor no darles la espalda, no...

Anónimo: gracias, reina.

Xavier: mejor cada dos días o tres, si no te repetirá y no te sentará bien ; )

Charlie: Hola, amigo de fuera del infierno. Saluditos para tí.