La increíble mujer tóxica

Ernestina Robledo estaba maldita, aunque a primera vista era realmente difícil notarlo. Parecía poca cosa: pequeñita, dulce, amable... No gritaba ni hacía mucho ruido, no molestaba nada.. ni a nadie. “Incapaz de matar una mosca”, decían de ella. Pero la auténtica verdad era otra. Ernestina era tóxica. Sí, tóxica, de una forma casi radioactiva, que protegía en un núcleo apacible como el ojo de un huracán el lugar donde ella vivía tranquila, serena, inconsciente.

A su alrededor... esa era otra historia. Las cosas se estropeaban, las luces se fundían, los coches que siempre habían funcionado como la seda renunciaban a arrancar. Estallaban los vasos en los fregaderos, los ordenadores se bloqueaban y las alarmas saltaban enloquecidas. Los perros se lanzaban contra los coches en marcha, y los pájaros, desorientados, se quebraban el pico contra los cristales de las ventanas, incapaces de percibir su solidez.

Ernestina era bastante feliz, a su manera. Sí, veía que todo se desmoronaba a su paso, pero eso siempre había sido lo normal... Pensaba, simplemente, que era curioso lo poco que duraban las cosas, lo mal que se fabricaban esos aparatos modernos, lo tontos que eran los bichos, a veces.

La toxicidad de Ernestina iba en aumento, con los años, y pronto empezó a afectar también a las personas que la rodeaban. A todos sus amigos, conocidos y vecinos comenzaron a pasarles cosas bastante absurdas: perder un zapato en el andén del metro (gracioso, en cierto modo), encontrarse con una infestación de cucarachas en el armario del pan (asqueroso, pero con solución), confundir el lugar de encuentro en una cita importante (cosas que pasan, no era la persona adecuada, seguro)...

Eso fue sólo al principio. La maldición era resistente y se crecía con cada nuevo acontecimiento, autoalimentándose de los restos de todas esas desgracias y cogiendo cada vez más y más fuerza. Llegaron los divorcios, los abortos, las enfermedades extrañas, los incendios, los robos, los derrumbamientos, y al final, las primeras muertes. Y ella seguía adelante, ignorante y hasta feliz en su firme e imparable avance destructivo.

Ernestina era tóxica, y nadie lo sabía. Era portadora de un contagioso virus causante de un ingente aluvión de desastres e infortunios. Impermeable a todo lo malo, resbalaba por la vida como un trozo de jabón húmedo, dejando a todos los demás chorreantes de situaciones viscosas y a veces, desesperadas. Despacito, pero seguro, fue envejeciendo a lo largo del camino. Más sóla y menos consciente a cada paso, como una tortuga casi inmortal y recubierta de una concha cada vez más gruesa, resistía, sonriendo al vacío con aire dulce y paciente.

Hasta que el universo, en un acto totalmente comprensible de defensa propia, decidió encogerse súbitamente sobre sí mismo e implosionó, borrándola también a ella y a toda su estúpida realidad.

7 comentarios:

pav dijo...

Que agquerosa. Me gusta tu imaginación y la forma en que la trasmites.

Anónimo dijo...

Ui ¿todo el universo implosionó solo para acabar con la pobre Ernestina?
¡Que mala! :P

Anónimo dijo...

Menuda reina midas de la desgracia y el mal fario.
No te creas que, aunque no lo parezca, hay muchas sueltas por ahí.
Buscaré, entre tus sofisticadas letras, el antídoto para tanta toxicidad.

Soy ficción dijo...

Un relato fantastico. Todavia recuerdo a mi abuela hablar de aquella mujer de la floristeria o de aquel otro del taller, que eran gafes, y era mejor no acercarse :)

Deje algo para ti en mi blog, un beso guapa.

el_iluso_careta dijo...

siempre me sorprendes...gratamente..
tengo nuevo blog pasa...
http://dosquenohacenuno.blogspot.com/

Carmen dijo...

El universo al final nos come a todos, tóxicos o no. Y el tiempo es su cómplice para ese proyecto.

Isa Pe dijo...

Puerto: ajquerosa tú. Muacs.

Sohno: pero lo hizo sólo en defensa propia. Hay que entenderlo.

Fabri: buena suerte, te deseo mayor fortuna que al universo.

Nausicaa: hay gente así, ¿verdad? Te acabo de devolver el regalito
; )

Iluso: me voy ahora mismo a ver

Edurne: Inevitablemente. ¿Será siempre un caso de defensa propia?